Iluminado por un chispazo de lucidez y melancolía recordó la letra de la canción de la película Casablanca «un beso sigue siendo un beso y un suspiro es sólo un suspiro. Las cosas fundamentales adquieren valor a medida que pasa el tiempo». Eso había creído cada vez que echaba la vista atrás y recorría mentalmente todos esos años a su lado. Ya no eran aquellos jóvenes que se las prometían felices, alimentados de sueños, promesas por cumplir y buenas intenciones. Enamorados furtivos, creadores de un universo propio construido a base de renuncias, comprensión, amor y trabajo. Siempre pensó que las parejas son una adaptación al medio, una suerte de desarrollo genético por el cual prevalece el ni contigo ni sin ti. Red frágil y resistente a la vez, tela de araña que sirve tanto de trampa mortal como de hábitat natural.
Recordaba como si fuera ayer a esa niña, ya madura desde los quince años, a la que le aterraba la soledad y la rutina. Preocupada constantemente por un futuro que ni siquiera sabía conjugar. Bella, fría y con ese punto misterioso que la hacía irresistible y temible a partes iguales. Mariposa halagada porque le admiren sus alas sin saber que son para volar.
Aquel beso dejó entrever la reminiscencia de ese joven impulsivo y soñador; cosido ahora por jirones de la vida que lo habían hecho prematuramente cauto y reservado a fuerza de golpes y malas decisiones. La noria de la vida lo había devuelto al pu
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