Una mañana se despertó cansado tras una noche agitada repleta de pesadillas con imágenes inconexas y turbias. Decidido, cortó el anillo y dejó marchar su decepción mar adentro.
Muy a menudo me asalta la duda sobre si esperar mucho de la gente nos conduce a una decepción mayor. Vivimos atados a experiencias traumáticas cuando realmente ser feliz depende de uno mismo. Tú eliges seguir anclado a lo que te hace sufrir o sueltas amarras y pasas página de aquello que te perturba. Encaramados en esta escalera de la vida, un peldaño te lleva al siguiente. Buscas vientos favorables sin esperar gran cosa de nadie más que extraer experiencias enriquecedoras que nos hagan crecer como individuos. Sin rencores. Agradecido de lo que aprendiste con cada persona y sacando la parte positiva ante los reveses con los que nos topamos diariamente. Qué difícil!
Aligeremos la mochila de falsas expectativas, sinsabores o malas experiencias y centrémonos en el día a día, en abrir los ojos y la mente a lo que está por venir.
Ahora mismo, a nuestro alrededor, podemos ver ejemplos de superación en familias que se ayudan ante las penurias económicas y laborales de uno de los suyos; voluntarios que dan lo mejor de su tiempo libre a esos fantasmas vivientes rechazados por el sistema, regalando un poco de conversación y una sonrisa que les realce la autoestima y se sientan de nuevo visibles para esta sociedad que lo único que les ofrece es un cartón y un trozo de acera donde levantar su casa o esos enfermos luchadores que nos dan un ejemplo de amor a la vida.
En estos días leo un maravilloso ejemplo de solidaridad importado de Italia, el café pendiente. Una persona pide un café en un bar y deja pagado otro para que posteriormente alguien, más necesitado y sin recursos, pueda consumirlo gratuitamente. Acto de generosidad callado, anónimo, ya que no conoces a la persona para poder agradecérselo ni aquélla espera reconocimiento. Ejemplo máximo de altruismo sin necesidad de propaganda ni medallas.